domingo, 30 de septiembre de 2012

El valor de la vida



Ada Cristina Higuera Tur
Clara Velázquez Pérez


El día que Idalia Corrales Góngora oyó hablar de la palabra paraplejia no sabía su verdadero significado. Lejos estaba de imaginar que tan familiar le resultaría este término cuando a los 17 años de edad tuvo plena conciencia de que padecía una discapacidad severa, de cuyos orígenes y experiencias ofrece su testimonio a Tiempo21:

“Mi problema comenzó desde que tenía tan solo meses de nacida. Me daban unos dolores muy fuertes, es decir, mi mamá pensaba eso porque yo lloraba mucho. Al cabo de un tiempo me descubrieron una desviación mínima en la columna vertebral que me causaba el malestar. Transcurrieron unos 17 años llevando una vida relativamente normal. En el preuniversitario, casi al terminar el décimo grado, un día me caí de espaldas y ya no pude caminar más. En esa ocasión me diagnosticaron una lesión medular que provocaba la parálisis de las piernas y parte del tronco.”

“Entonces empezaron los complejos; no quería que me vieran en una silla de ruedas; me escondía. Luego comencé un tratamiento y parece que el intercambio con otras personas que tenían el mismo padecimiento, quizás peores, fue ayudándome bastante. Un día me hablaron de la posibilidad de inscribirme en la Asociación de Limitados Físicos Motores (ACLIFIM) y lo hice. Desde ese momento mi vida tomó otro rumbo y comencé a cambiar.”

“Pasaron 22 años sin estudiar; pero siempre tuve el deseo de concluir el preuniversitario. Así comencé en la Facultad obrero-campesina y pude terminar el grado doce. Yo quería tener esa satisfacción personal.

“Luego tuve intenciones de continuar, solo que ya se me hizo más difícil porque la sede universitaria me quedaba lejos; ya dependía de otras personas para que me llevaran hasta allá y preferí quedarme como ama de casa. En ese trayecto hice algunos cursos de computación en un Joven Club al cual podía ir sola. Ahora me dedico a tejer. Tengo unas gallinas; me entretengo con los animalitos; converso con ellos. Disfruto de mis plantas en el patio, que yo le digo mi jardín interior, y las cuido; las riego; me emociono cuando retoñan, cuando florecen… Creo que soy un poco sensible para esas cosas.”

“La propia vida y los años hicieron que aprendiera a desenvolverme con más facilidad. Tengo, diríamos, que mis mañas; por ejemplo, me valgo generalmente de un palito que lo llamo el multiuso porque lo empleo lo mismo para cerrar una ventana que para alcanzar algún objeto, tender la cama…”

El temple y la abnegación de Lali, como la conocen sus amigos y familiares, le permitieron independizarse y tomar decisiones, a veces ante situaciones fuertes y dolorosas como fue el fallecimiento de su madre.

“No fue nada fácil, pero tuve fuerzas para enfrentarlo. Mi familia quiso llevarme de aquí inmediatamente y yo me negué. Tuve el valor de seguir sola, ayudándome con sus recuerdos, pensando en los buenos momentos que pasé junto a ella. Ya había perdido a mi papá unos años antes. Tuve que asumir ese otro nuevo modo de vida, a luchar con el apoyo de mis familiares y amigos, quienes siempre me han ayudado en la medida de sus posibilidades.”

Hoy Idalia se considera una mujer realizada en todos los sentidos, defensora de sus derechos y capaz de enfrentar sus impedimentos con optimismo y sin subestimaciones. De tal modo agradece a la ACLIFIM, de Las Tunas, porque sus afiliados favorecieron su reincorporación social.

“Yo estoy muy agradecida por todo el apoyo que me brindaron y me siguen brindando. Mi incorporación a la organización de discapacitados fue una de las cosas que contribuyó a mi cambio, a que hoy yo sea quien soy.”

Muchas personas como ella aprenden a descubrir el milagro de la vida, dando al resto de sus semejantes una lección esperanzadora porque en definitiva:”la vida, a pesar de todo, es bella.”

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