Todavía llevamos el recuerdo, de cuando éramos niños, las veces que
nuestros padres no nos dejaban ver telenovelas o cualquier otra
programación de adultos.
La dulce melodía de la Calabacita en la televisión, siempre a las
ocho de la noche, anunciaba el momento de irse a dormir, el cual podía
extenderse una hora más en caso de visitas o comidas tardías.
Sin embargo, ¿qué niño al escuchar la música de la presentación de la
telenovela de turno no ponía toda su atención en ella? Entonces, se
repetía la invitación a que fuéramos a dormir. “ ¡Cuando seas más grande
podrás ver la novela!”, repetían.
A regañadientes tomábamos entonces el camino a la cama, pero desde la
puerta del cuarto procurábamos ver un capítulo a escondidas, atentos a
la mirada inquisidora de los mayores.
Los tiempos cambian, pero esta tradición de los más pequeños de
interesarse por la programación de adultos, desafortunadamente, no.
Aunque la televisión cubana ha procurado ofrecer atractivos programas
infantiles, los padres son los principales responsables de que sus
hijos NO consuman aquellos espacios NO acordes con su edad. De más está
decir que en los menores influyen negativamente, haciendo que su
desempeño y su conducta muchas veces no sean las más apropiadas.
Cada día aumentan los casos de niños que parecen “adultos”; hablan,
se visten y se comportan como mayores y entonces nos preguntamos: ¿qué
estamos haciéndole a su infancia?
Si desde pequeños les permitimos tararear canciones de regguetón con
letras obscenas, en vez de números como “Granito de canela”, y de que
se interesen por el conflicto de la novela brasileña en lugar de lo que
le pasó al Capitán Plin en su último episodio, estamos expuestos a que
la conducta de los menores vaya empeorando con el tiempo.
El ser humano se construye desde la niñez, en la que el infane, de
tanto ver malas prácticas, empieza a creérselas, a interiorizarlas y
llega el momento que actúa de acuerdo con ellas.
Muchos psicólogos coinciden en que la familia, célula básica de la
sociedad, es irremplazable para formar a la más joven generación, y son
los adultos precisamente los responsables de ello.
La familia tiene la función de transmitir valores, modelar el
comportamiento, formar la identidad individual y genérica de los menores
del hogar, para que su niñez sea reflejo de la inocencia y la fantasía
de sus años.
Además, la ciencia ha reconocido el valor de la formación prescolar,
en la que tanto influye la familia hoy día, en la formación de futuras
capacidades y aptitudes que el ser humano tendrá cuando sea adulto. (Agencia Cubana de Noticias, AIN).
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