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Existen niños alérgicos a las lecturas largas. ¿Se ha preguntado quién puede ser su creador?
-Oye, está muy largo-, me grita la pequeña desde una esquina. Juguetea con el marco de una puerta, tendrá poco más de 10 años, buena memoria y una mirada fija.
-Pero está muy lindo- respondo.
-Pero está muy largo- repite. La mirada tiesa sobre mí. Iba de salida ella y me ha visto y ahora parece que espera algo -¿qué la convenza tal vez?- o no espera nada, pero se ha quedado allí, en un pasillo de la Radio, para decirme que El Conde de Montecristo –el libro- es muy largo.
………….
Lo leí en
el preuniversitario. Pasaba yo de los 15 años y ya varios compañeros me
reclamaban: “¿pero no te lo has leído aún?”. Así que no lo dilaté más y
lo sumé al montón de lecturas dispersas que traía. Y ahora tengo que
traerlo de nuevo a mi memoria para hablarle a la pequeña de por qué le
había sugerido el libro como entretenimiento de vacaciones. Le hablé rápido del amor, las traiciones, de la cárcel y el amigo sabio, de la fuga y el tesoro, y de una venganza demorada, sólida, opulenta.
-Mi mamá me dijo que era de un hombre que estaba en la cárcel y, al salir, se vengaba- resumió.
Y tiene razón la madre. Solo que esa versión escueta, tétrica, un hombre en la cárcel, a lo mejor un delincuente furioso y para colmo suelto, no me parece que sea la mejor la manera de invitar a una niña a una lectura de tantos tomos y tan gruesos.
Le puse todo mi entusiasmo al rostro, volví a recrearle la historia de injusticia, amor y ambiciones, y culminé con el clásico: -No dejes de leerlo, verás que es una historia que te va a encantar.
La pequeña sonrió, puso cara de “ya veremos, es que está muy larga”, dio media vuelta y se marchó.
……………………
A veces no sabemos a qué edad poner un libro en la mano de un niño. Les creemos demasiados pequeños para ciertas letras, nos falla la memoria para la descripción o no tenemos tiempo para intentar enamorarlos de las historias.
Alejo Carpentier decía, en su crónica “El arte de empezar temprano”, que solemos esperar a que el niño sepa leer para ponerle delante un libro y ¡error! El mejor momento, proponía, era desde bien pequeñín para que la curiosidad prendiera temprano con las imágenes y con las historias que les narráramos.
Eso decía Alejo Carpentier en 1952. Más de medio siglo y grandes trozos de olvido por sus palabras han pasado.
Hay hogares en los que los libros llegan –con la Feria- una vez al año. Se abarrotan de cuadernos de colorear, con dibujitos, historietas, menos de medio centímetro de grosor, a veces cientos de pesos en ejemplares de menos de 30 páginas, suaves de leer, de manipular, y la práctica se extiende por años.
El niño –o niña- crece, y siguen comprándole las mismas historietas y, sin una mirada, quedan los libros de aventuras, aquellos más gordos, más trabajosos para la atención, más consumistas de tiempo.
Y el chico –o la chica- tiene ya 12, 15 años y sigue coloreando -cosa que está muy bien- y adicto a las historias de cinco milímetros de grosor.
Y los padres queriéndole ocupar el tiempo con la TV, el DVD, el playstation, la playa, la excursión -todo muy válido- y la lectura… a un lado; y su interés en motivarlo… indiferente; y “tienes que mejorar esa ortografía”, “¡qué salgas bien en la escuela te he dicho!”, y el libro… a un lado o como un castigo; “ahora vas a leer el libro de lectura durante una hora o dos de estudio obligado”, y la motivación… esfumada; y “mi hijo solo piensa en un iPhone y en ropa a la moda” y el libro… perdido; y la juventud, la sociedad y su pérdida de valores, y el libro… olvidado.
No es el gran salvador, no todos son amantes de las letras, pero es un complemento que algunos dejan a la sociedad, a terceros, o a la espontaneidad del pequeño. Es otro mundo al alcance, son otras historias, otros sueños, un montón de experiencias que hasta ayudan a actuar, que se cuelan poco a poco en la comunicación, en la manera en que pensamos, y que están a la mano en casa, en las bibliotecas, más olvidados a veces por los padres que por los hijos.
¿Cómo le vas a pedir a tu niño lo mismo le has negado? Esos chicos sin lecturas –sin tiempo ni interés- criarán en el futuro a otros chicos adictos a libros flacos, a una vez al año en la feria -si hay dinero-, al final, tal vez, menos curiosos, menos sabios.
“Hay una razón primordial por la cual debemos leer. A la información tenemos acceso ilimitado. ¿Dónde encontraremos la sabiduría?”
Harold Bloom. (Crítico y teórico literario, New York, 1930)
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