viernes, 20 de noviembre de 2009

El espejo.

De manos de una buena amiga recibí hace poco un regalo que he llegado a apreciar muchísimo. Se trata de recortes de la sección Crónica del sábado que publicaba en el periódico Juventud Rebelde el periodista Manuel González Bello.
En uno de esos escritos titulado Espejos, el autor con extrema gracia y picardía, como en sus restantes trabajos, se refiere entre otras cosas, al defecto de los espejos, que solo permiten ver lo exterior. No reflejan lo que hay debajo de la piel. Si esto fuera posible, dice él, muchas y muchos se asombrarían de lo feos que son. Entonces se pregunta qué pasaría si el tipo bien peinado, acicalado, vestido con ropa Cristian Dior, se mirara en el espejo y observara en su interior la envidia, la autosuficiencia y la autoinsuficiencia…
O que un pregonero de la conciencia pura descubriera que también comete errores, engaña, aprovecha sus poderes y coloca olímpicamente el YO por encima del nosotros y el de ustedes.
De todas esas cosas serían capaces de enterarnos los espejos si fueran en verdad perfectos.
Se sabe, por lógica y por desgracia, que no es así. Esas radiografías internas quedan para asuntos médicos y aún con ellas es imposible revelar lo íntimo del ser humano con toda exactitud.
Conveniente resulta entonces estar prevenidos ante personas que engañan con sus apariencias, las que sin escrúpulos pueden mentirnos con sus fachas, esos lobos vestidos con piel de ovejas, o quizás aquellos que tratan de guardar el palo con el disfraz de la cáscara, como se dice popularmente.
Ya nos alertaba José Martí desde su tiempo que un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia que las modas más ricas de la tienda. ¨Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro y quiere disimularlo¨.
El espejo puede tener sus imperfecciones, como bien apuntaba el periodista Manuel González Bello en su crónica del sábado, aunque lo cierto es que estamos llamados a ser honestos con los demás y con nosotros mismos y no hace falta acudir a detectores de mentiras.
La verdad siempre aparece, sin necesidad de un espejo. Las personas se calibran por la grandeza espiritual. Así son importantes, no por riquezas materiales y falsas apariencias de esplendor, sino por la humildad que denotan en su actuar y hasta con una mirada, porque al fin y al cabo, los ojos en la mayoría de los casos sí son el espejo del alma.

1 comentario:

  1. Me alegra que te gustara mi regalo. Conservaba esas crónicas desde hace varios años y, créeme, las leí varias veces.
    Creí oportuno compartirlas con otras personas y nadie mejor que tú para recibirlas.

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