por Alina M. Lotti
Cuentan los más viejos —y no lo digo de forma despectiva— que
antiguamente junto a la tacita de café no faltaba el agua y si se
solicitaba una bebida, aún en la bodega más humilde, te lo ofrecían,
igualmente, incluso en un vaso de cristal.
Aún más —agregó un colega que ronda los 70 años— en cualquier lugar, sin
la obligación de consumir, uno pedía un vaso de agua y siempre el
deseo era satisfecho.
Sin embargo, esta buena costumbre, que en nuestro país es una
necesidad, se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, y hoy día la
gente sale a la calle con el “pomito” o el “pepino” bajo el brazo pues
encontrar (sin costo alguno) este precioso líquido es prácticamente
imposible. No hay establecimientos donde uno pueda adquirirlo (incluso
consumiendo), a no ser que se pague el agua embotellada a un precio que
no está al alcance de los cubanos de “a pie”.
En este sentido, recuerdo como un acto de buena voluntad la llamada
Casa del Agua La Tinaja, en La Habana Vieja, un lugar donde por un
precio muy módico se podía beber agua.
“Cada vez que camino por la calle Obispo me detengo en la Casa del
Agua La Tinaja, y me tomo un refrescante vaso de agua filtrado por
tradicionales métodos que aún funcionan y son el atractivo de turistas y
habitantes del lugar. Lo recomiendo por ser tan pintoresco y singular”,
escribía en la red de redes un internauta en julio pasado.
No obstante, en la propia Habana Vieja he encontrado carteles en
casas particulares anunciando la venta de agua y de hielo; otra harina
de este costal como dice el refrán.
No es menos cierto que el abastecimiento de agua potable ha sido un
tema delicado en los últimos años, y a las carencias del líquido se
suman también roturas de equipos, salideros, y otras cuestiones que
inciden en su normal suministro.
Pero al margen de esto, ¿habrán perdido los cubanos ese espíritu
solidario de brindar agua para beber sin costo alguno? “El agua no se le
niega a nadie”, era un refrán que años atrás era repetido con
frecuencia y que en la actualidad ha perdido vigencia por múltiples
factores.
Lo objetivo es que escasea, lo subjetivo es que a veces hay y se
niega. Evidentemente, ha habido un gran retroceso, que pasa
inexorablemente por una baja, mala o inexistente calidad en los
servicios. A esto se le agrega la mentalidad de muchos que consideran
como una molestia brindar “auxilio” a un ser humano sediento.
Esto hay que revertirlo. El país está concentrado en la tarea de
revitalizar la economía y lograr eficiencia en todos los sectores. El
turismo se afianza, pero la imagen de un mal servicio hace mucho daño.
Urge rescatar la hospitalidad que durante años nos ha caracterizado.
El agua es un líquido preciado, incluso de gran importancia para la
salud, por lo que calmar la sed no puede convertirse en un acto
mercantil, en un negocio particular.
Adquirir dinero fácil no puede suplantar, de ningún modo, valores tan
intrínsecos a los cubanos como el compartir lo que se tiene, aunque sea
un vasito de agua.
Calor, mucho calor hace en Cuba. Por lo que saciar la sed es una
necesidad humana que no puede, ni debe, mercantilizarse por unos pocos