Mi abuela, de 87 años de edad, me comentó que le temía al final de
sus días. Durante su existencia, como ama de casa, ella se ocupó de las
tareas domésticas, del cuidado y alimentación de hijos, nietos y tantos
otros que encontraban en su hogar la acogida y el cariño de una persona
amorosa, servicial y humilde.
Convive hasta hoy con una diabetes que la obliga a ser estricta en la
dieta y, a pesar de que trata de ser disciplinada y cumple con el
horario de sus medicamentos, ya sufre las consecuencias colaterales de
la enfermedad como la pérdida de la visión y otros problemas renales.
Mi abuela se siente cansada, por momentos un tanto inútil y quizás
por todo ello se reconoce temerosa ante la vida. Ya la vence la torpeza,
ha perdido facultades y solo se esfuerza por colaborar en labores
sencillas como fregar o planchar piezas pequeñas.
Bien supo de entrega incondicional, de pérdidas siempre dolorosas, de
jornadas trabajosas, también de independencia y habilidad para sortear
obstáculos y carencias en la cocina, donde indiscutiblemente reinó, pues
ese fue «su fuerte», un lugar de entretenimiento y más que eso, su
razón de ser.
Ahora dedica su tiempo a escuchar la radio, disfruta de selectos
programas de televisión, toma un rato el sol, conversa… De vez en cuando
una llamada telefónica para hacer saber su preocupación constante por
la salud de los familiares o preguntar por los vecinos del barrio donde
echó raíces.
Es extraño ver sentada a aquella que por lo general anduvo en
trajines y ajetreos. Esa que tiene ahora como puesto de mando su balance
y desde ahí se dedica a recordar quién sabe cuántas anécdotas del
pasado, a reírse en solitario de sus renombradas ocurrencias y luego da
riendas sueltas a la imaginación hacia el futuro, mientras espera…
Esa es su realidad, la de nuestra familia, muy similar a la de muchísimos otras que en Cuba asumen en la actualidad el reto del envejecimiento poblacional.
Psicológicamente se plantea que el adulto mayor se enfrenta a nuevas
condiciones por la pérdida de roles familiares y sociales, que se
agregan a un trasfondo de padecimientos y a una disminución de sus
capacidades de adaptación. Resultan frecuentes los problemas de
autoestima, depresión, distracción y relaciones sociales.
La vejez propicia el cansancio y también incrementa los temores; pero
la convivencia armoniosa, el respeto, el apoyo de personas agradecidas
que hacen los días más llevaderos para quienes peinan canas, deviene
eficaz respuesta.
Mi abuela siente miedo ante su futuro no muy lejano, sin embargo está
alegre porque se sabe querida, retribuida, bien cuidada y acompañada.
De algún modo, así aliviamos sus preocupaciones y compensamos el inmenso
amor que entregó a los suyos, a mí, a los míos.
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