jueves, 15 de diciembre de 2016

Experiencia cercana a la ancianidad

Mi abuela, de 87 años de edad, me comentó que le temía al final de sus días. Durante su existencia, como ama de casa, ella se ocupó de las tareas domésticas, del cuidado y alimentación de hijos, nietos y tantos otros que encontraban en su hogar la acogida y el cariño de una persona amorosa, servicial y humilde.
Convive hasta hoy con una diabetes que la obliga a ser estricta en la dieta y, a pesar de que trata de ser disciplinada y cumple con el horario de sus medicamentos, ya sufre las consecuencias colaterales de la enfermedad como la pérdida de la visión y otros problemas renales.
Mi abuela se siente cansada, por momentos un tanto inútil y quizás por todo ello se reconoce temerosa ante la vida. Ya la vence la torpeza, ha perdido facultades y solo se esfuerza por colaborar en labores sencillas como fregar o planchar piezas pequeñas.
Bien supo de entrega incondicional, de pérdidas siempre dolorosas, de jornadas trabajosas, también de independencia y habilidad para sortear obstáculos y carencias en la cocina, donde indiscutiblemente reinó, pues ese fue «su fuerte», un lugar de entretenimiento y más que eso, su razón de ser.
Ahora dedica su tiempo a escuchar la radio, disfruta de selectos programas de televisión, toma un rato el sol, conversa… De vez en cuando una llamada telefónica para hacer saber su preocupación constante por la salud de los familiares o preguntar por los vecinos del barrio donde echó raíces.
Es extraño ver sentada a aquella que por lo general anduvo en trajines y ajetreos. Esa que tiene ahora como puesto de mando su balance y desde ahí se dedica a recordar quién sabe cuántas anécdotas del pasado, a reírse en solitario de sus renombradas ocurrencias y luego da riendas sueltas a la imaginación hacia el futuro, mientras espera…

Esa es su realidad, la de nuestra familia, muy similar a la de muchísimos otras que en Cuba asumen en la actualidad el reto del envejecimiento poblacional.
Psicológicamente se plantea que el adulto mayor se enfrenta a nuevas condiciones por la pérdida de roles familiares y sociales, que se agregan a un trasfondo de padecimientos y a una disminución de sus capacidades de adaptación. Resultan frecuentes los problemas de autoestima, depresión, distracción y relaciones sociales.
La vejez propicia el cansancio y también incrementa los temores; pero la convivencia armoniosa, el respeto, el apoyo de personas agradecidas que hacen los días más llevaderos para quienes peinan canas, deviene eficaz respuesta.
Mi abuela siente miedo ante su futuro no muy lejano, sin embargo está alegre porque se sabe querida, retribuida, bien cuidada y acompañada. De algún modo, así aliviamos sus preocupaciones y compensamos el inmenso amor que entregó a los suyos, a mí, a los míos.

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