Definir
el concepto de barrio pudiera ser tarea difícil en cualquier latitud. Quizás
allende los mares se hable de condominios o repartos residenciales. No obstante
para las cubanas y cubanos nada tiene de complicado caracterizar el lugar donde,
simplemente, compartimos con personas sencillas y bien dispuestas para tender
una mano.
Se
sabe de los pro y los contra de la convivencia. Si bien son loables los rasgos
de solidaridad y cooperación que
caracterizan a este pueblo; se hace también un llamado al respeto y la
consideración hacia el próximo.
Son
estas particularidades las que convierten al vecindario en una prolongación del
hogar y hace crecer el cariño a pesar de algunos conflictos y sinsabores.
Y
es que el barrio es una suerte de casa común, en la cual muchos desarrollan gran
parte de su vida, desde la infancia y la escuela hasta que son adultos; luego
comienzan a trabajar, forman sus familias y dan curso a un nuevo ciclo. Igual
vemos partir a algunos en busca de sus propios sueños, otros se mudan, se van…
pero dejan muy bien plantadas sus raíces porque casi siempre regresan, saludan
desde la distancia o comparten por cualquier vía nostálgicos recuerdos.
En
el barrio también encontramos a esos personajes pintorescos, criticados y queridos:
los que llegan a la hora más inoportuna sin avisar, las chismosas, los pedigüeños,
los huraños y confianzudos, los entusiastas y los apáticos, los buenos y los no
tanto…
Es
allí donde no parece existir secretos para nadie, pues no son pocos los que se atreven a opinar sin
miramientos en asuntos particulares, se toman los problemas como algo personal
y gestionan soluciones, aunque a veces también compliquen más la existencia.
Vale
entonces defender eso que tanta añoranza provoca entre quienes se alejaron y
promete tranquilidad, apoyo, servicio y confianza entre los miembros de una gran familia que se
identifica como la gente del barrio.
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