Por Rosa María Vargas
Mucho se ha hablado del tema de los valores en los últimos años. Para algunos, los cambios que sufrió nuestra sociedad a inicios del siglo XXI trajeron aparejada una crisis en los valores, sobre todo de los más jóvenes.
Para otros, no se trata precisamente de una crisis, sino que en los últimos años hemos descuidado el fortalecimiento de cualidades del ser humano como la honradez, la bondad, el respeto, la solidaridad, y tantas otras imprescindibles cuando aspiramos a formar al hombre integral. Por esta razón, ahora nos vemos obligados a trabajar intensamente en el rescate de las actitudes positivas que siempre caracterizaron a nuestro pueblo.
Los valores se generan a partir de cambios y trasformaciones que suceden a lo largo de la historia. Surgen con especial significado y cambian o desaparecen en las distintas épocas. Así la virtud y la felicidad son valores, pero, en la actualidad no podríamos enseñar a las personas a ser virtuosas o felices según los conceptos que tuvieron quienes vivieron dos siglos atrás.
La realidad es que el valor se refiere a una excelencia o a una perfección del carácter. Son valores reconocidos, en este o en cualquier país, decir la verdad y ser honesto, o solidario.
Educar a los niños y jóvenes de acuerdo con los valores priorizados en nuestra sociedad garantizará no solo el presente, sino también el futuro. Instruirles a amar profundamente a su patria, a respetar a los demás, a ser solidarios, laboriosos y desinteresados, a distinguirse por sus buenos modales, no por su ignorancia de las reglas elementales de educación formal, entre otras cualidades, contribuirá a un desarrollo adecuado de las nuevas generaciones y a su felicidad.
Pero, no basta con desearlo o tratar de imponerlo, los valores no se enseñan de esta forma; se es bueno, honesto, trabajador y patriota por convicción, es decir, la mejor manera de mostrar valores es predicando con el ejemplo.
De nada valen los castigos si después de regañar a nuestro hijo porque empujó a su compañerito en la escuela, discutimos con el vecino llenándolo de insultos e improperios frente al menor. Tampoco es saludable decir “pequeñas mentiras” en su presencia para justificarnos por algo; así no se educa.
Peor resulta si lucramos a partir del desvío de recursos del Estado, si somos ostentosos, egoístas y prepotentes. En edades tempranas los malos ejemplos se siguen sin conciencia de lo que se hace; pero cuando pasa el tiempo y ya no se es tan joven se cometen graves errores a cuenta de una educación deficiente o equivocada.
Hoy nos convoca la misión de hacer de las nuevas generaciones dignas continuadoras de quienes han hecho historia construyendo para ellas un mundo mejor.
Revisemos ahora mismo si estamos siendo el mejor espejo donde se miren nuestros hijos o los jóvenes que nos rodean en la cuadra, en la calle, en el centro de trabajo. Si logramos ser ejemplo para ellos, entonces estaremos en condiciones de educarlos mejor y pondremos nuestro grano de arena como garantía del porvenir.
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