Por Yenima Díaz Velázquez
El ex secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, dijo en el año 2005 que “no podemos impedir las catástrofes naturales, pero sí podemos y debemos preparar mejor a las personas y las comunidades para hacerles frente”.
Añadió que “los sectores de la población más vulnerables a la cólera de la naturaleza suelen ser los más pobres, lo que quiere decir que cuando reducimos la pobreza, reducimos también la vulnerabilidad”.
Desde entonces ha pasado cierto tiempo y cada año aumentan considerablemente las intensas lluvias, los terremotos, las inundaciones costeras, la sequía y los ciclones, con su secuela de pérdidas económicas, damnificados y muertes.
¿Por qué? Precisamente por abusar de las bondades que regala la naturaleza en cualquiera de sus variantes y por no invertir en investigaciones ni en la educación de las personas ante situaciones de ese tipo y en la protección del medio ambiente.
El 22 de diciembre de 1989, la Asamblea General de la ONU designó el segundo miércoles de octubre como Día Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, durante la década de los 90 del pasado siglo.
En 2001, se decidió seguir celebrando la fecha, con el propósito de elevar la preparación de los ciudadanos de todas las naciones en la prevención de catástrofes.
Cuba, rodeada de mar y cercana a zonas sísmicas y de fuertes vientos, es vulnerable a estos fenómenos, pero no está cruzada de manos, esperando lo que pudiera pasar.
En todas sus provincias se realizan diversas investigaciones de peligro, vulnerabilidad y riesgo para adoptar medidas oportunas y disminuir los daños que ocasionan los desastres naturales.
Aunque no todo está hecho, durante la ocurrencia de varias situaciones de este tipo, se ha demostrado el nivel de educación de los cubanos y el valor de la prevención pues han sido mínimas las pérdidas de vidas humanas y los daños materiales pudieron ser mayores de no haberse actuado a tiempo
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