Cuando mis hijos eran más pequeños y me decían que los problemas no eran tantos, que serían mayores según crecieran, NO lo podía creer.
Para mi una noche de desvelo, el que no quisieran comer, un catarro, una caída que provocara solo un punto en la cabeza o una fiebre suponían las peores situaciones a las que me iba a enfrentar en mi misión de madre.
La lógica me indicaba entonces que cuando pasaran esos primeros años de vida ya se desprenderían de las malas rachas y los problemas desaparecerían.
La vida me demuestra a diario mi gran equivocación. Es cierto que los catarros disminuyeron, ya mis hijos duermen toda la noche, comen con buen apetito, lo que es igual a decir que ya no tengo que ingeniármelas para embutirles los alimentos, y hasta el mayor ha superado sus crisis de alergia y asma.
Para sustituir esos “problemas” no faltaron otros dolores de cabezas, por ejemplo, las dificultades en la escuela y los enfrentamientos con otros niños, la desobediencia, el estrés de verlos en una competencia deportiva o recitando en una actividad escolar, el tener que dejarlos asumir solos algunas tareas…
Cada situación es una clase magistral y yo cargando con mi pésimo actuar de madre sobreprotectora.
Pero así es como estoy descubriendo el secreto de ser madre, encontrando respuestas con el paso del tiempo a pesar de dificultades.
Convencida estoy que vendrán problemas mayores, entre ellos las becas, la adolescencia, la universidad, las salidas juveniles, las fiestas… Sé que me esperan noches de insomnio hasta que regresen a casa, sustos, vivir como en carne propia el embarazo de mi hija, ocupar el papel de suegra, en fin. Son cosas a las cuales les temo, sin embargo daría todo en el mundo por experimentarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario