jueves, 25 de junio de 2009

Una familia es la primera escuela


“Quien es bueno en familia es también buen ciudadano”, así alertaba el gran pensador Sófocles en la antigüedad. Razón que convence en nuestros días para entender que una armónica y coherente vida familiar deviene marco apropiado para desarrollar hijos e hijas equilibrados y felices.
Un hogar donde reine el afecto, el respeto y la aceptación entre sus miembros representa la máxima expresión de la vida en el núcleo primario de una sociedad.
Resulta pernicioso una crianza en un ambiente en el cual nadie se pone de acuerdo y en consecuencia los más pequeños no saben por quién guiarse o a quién obedecer.
En familia se aprende a desarrollar una visión de sí mismo y del mundo. Y esa percepción influye, de una u otra forma, en todo lo que se encare en la madurez.
El gran pedagogo cubano José de la Luz y Caballero apuntó que “La educación empieza en la cuna y termina en la tumba” para definir de tal modo que el ámbito hogareño es la primera escuela de las relaciones humanas y que constituye un proceso de continuidad.
Recae, por tanto, en los padres por derecho natural y deber social, el asumir esta responsabilidad. Para ello es indispensable el cuidado de la atmósfera familiar y que el medio sea regido por las mejores relaciones, la disciplina y el respeto mutuo.
Tan hermoso derecho se adquiere mostrando valores y normas de conducta positivas y logrando a través de su influencia educativa, la formación de ciudadanos con buenas cualidades y características de la personalidad firmes.
¿Lograrlo? Nadie está seguro de ello. Cada persona es un librito aparte, señala la sabiduría popular. Pero al menos con estas premisas bien claras se hace necesario encaminar a nuestros hijos en aras de construirles un futuro mejor.

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