“La madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida. Algo nos guía y ampara mientras ella no muere. La tierra cuando ella muere, se abre debajo de los pies.” José Martí.
Las madres son muy solidarias, atentas y dispuestas. En lo personal me siento agradecida no solo por ser hija, sino también por la ayuda que me ha brindado siempre mi mamá, y más ahora en su doble misión de abuela de mis hijos.
Hacia la madre los sentimientos suelen ser complejos, tan profundos e intensos que a veces duelen. Tan agradables y placenteros que arrancan lágrimas.
Sin dudas, amamos ilimitadamente a quien nos dio la vida; pero valoramos su obra cuando nos convertimos en hacedores con nuestros propios descendientes.
Lazos fuertes nos unen a nuestra progenitora, por llevarnos en su vientre y porque después permanece para toda la vida.
Ella es compañera en cualquier momento, principalmente en los difíciles, a pesar de la distancia, los desacuerdos o los cambios generacionales.
Es amparo ante las dificultades, consuelo en las derrotas y reconciliadora en los problemas.
Mediadora ante la figura paterna. La madre es refugio.
Eso lo sabe la mujer que arriesgó todo por un nuevo ser, la que no le importó carencias y trajo un miembro más a su familia, la que sufrió dolores en el parto o la que exhibe “cicatrices de la cesárea cual heridas de guerra”, la que lloró sin saber por qué cuando sintió entre sus brazos un cuerpecito caliente que de tan esperado y conocido le pareció extraño e increíble, la que sintió temor al cargar su bebé por hallarlo frágil e indefenso, la que le dio de mamar y cuidó en la enfermedad, quien pasó noches de insomnio sobreponiéndose a los contratiempos y poco a poco se fue dando cuenta que su hija o hijo ya no era tan pequeño y se le iba de las manos hacia el futuro.
En las incógnitas del mañana nunca sabrá esa mujer si obró mal o bien, si fue estricta en la educación de sus vástagos o demasiado blanda. No entenderá la razón de que un hijo sea tan diferente al otro o a los otros si a todos los trató igual. Llevar la justa medida, compensar entre rectitud y cariño supone el reto.
Esa es misión materna, tan difícil y grata a la vez. Colmada de elogios y sinsabores, de alegrías y pesares.
No obstante, la madre acepta el destino y jamás deja de querer. Con ella contamos eternamente con toda seguridad.Por eso merecen respeto y gratitud, por mucho más, por lo que es muy difícil expresar, merecen amor y muchas felicidades en este mes de mayo dedicado a las madres, y por siempre.
Las madres son muy solidarias, atentas y dispuestas. En lo personal me siento agradecida no solo por ser hija, sino también por la ayuda que me ha brindado siempre mi mamá, y más ahora en su doble misión de abuela de mis hijos.
Hacia la madre los sentimientos suelen ser complejos, tan profundos e intensos que a veces duelen. Tan agradables y placenteros que arrancan lágrimas.
Sin dudas, amamos ilimitadamente a quien nos dio la vida; pero valoramos su obra cuando nos convertimos en hacedores con nuestros propios descendientes.
Lazos fuertes nos unen a nuestra progenitora, por llevarnos en su vientre y porque después permanece para toda la vida.
Ella es compañera en cualquier momento, principalmente en los difíciles, a pesar de la distancia, los desacuerdos o los cambios generacionales.
Es amparo ante las dificultades, consuelo en las derrotas y reconciliadora en los problemas.
Mediadora ante la figura paterna. La madre es refugio.
Eso lo sabe la mujer que arriesgó todo por un nuevo ser, la que no le importó carencias y trajo un miembro más a su familia, la que sufrió dolores en el parto o la que exhibe “cicatrices de la cesárea cual heridas de guerra”, la que lloró sin saber por qué cuando sintió entre sus brazos un cuerpecito caliente que de tan esperado y conocido le pareció extraño e increíble, la que sintió temor al cargar su bebé por hallarlo frágil e indefenso, la que le dio de mamar y cuidó en la enfermedad, quien pasó noches de insomnio sobreponiéndose a los contratiempos y poco a poco se fue dando cuenta que su hija o hijo ya no era tan pequeño y se le iba de las manos hacia el futuro.
En las incógnitas del mañana nunca sabrá esa mujer si obró mal o bien, si fue estricta en la educación de sus vástagos o demasiado blanda. No entenderá la razón de que un hijo sea tan diferente al otro o a los otros si a todos los trató igual. Llevar la justa medida, compensar entre rectitud y cariño supone el reto.
Esa es misión materna, tan difícil y grata a la vez. Colmada de elogios y sinsabores, de alegrías y pesares.
No obstante, la madre acepta el destino y jamás deja de querer. Con ella contamos eternamente con toda seguridad.Por eso merecen respeto y gratitud, por mucho más, por lo que es muy difícil expresar, merecen amor y muchas felicidades en este mes de mayo dedicado a las madres, y por siempre.
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