sábado, 24 de septiembre de 2016

En las familias de bien nacen los buenos ciudadanos



En el lenguaje coloquial de las cubanas y los cubanos son muchas las frases que se relacionan con el concepto de ¨familia¨. Hablamos de familias de bien o buenas familias, ensalzamos las cualidades o remarcamos defectos de los progenitores con aquello de que ¨hijo de majá sale pinto¨, ¨lo que se hereda no se hurta¨ o ¨ de tal palo, tal astilla ¨.  Todas expresiones  conocidas y fácilmente comprensibles entre los que nacimos en este archipiélago.
Y es que las conductas se fraguan en esta célula fundamental, cuya importancia se reconoce al evaluar comportamientos. Por eso se hace frecuente sacar conclusiones directamente proporcionales cuando afirmamos que “un muchacho es de muy buena familia” o evitamos la vergüenza ante situaciones desagradables al constatar que “eso pasa hasta en las mejores familias”.
Como primera escuela de las relaciones humanas, la familia deviene modelo en la formación de valores. Al mismo tiempo, refleja y se ve reflejada en las circunstancias sociales, muestra de que una coherente vida hogareña supone un marco idóneo para desarrollar hombres y mujeres íntegros como la sociedad necesita.

Ya desde la antigüedad un escritor griego alertaba: “Quien es bueno en familia es también buen ciudadano”, pues el contexto en que se desenvuelven los individuos representa un factor clave en su formación cívica. De ahí que en los tiempos actuales también se diga con énfasis que ¨la familia no es el problema, sino la solución¨ ante los conflictos que se generan a nivel social.
A un amigo le escuché decir que en Cuba solemos ampliar la acepción con el vocablo familión, en el cual se incluyen parientes cercanos o lejanos, agregando madrastras, padrastros, hijastros, entenados… y acuñando calificativos peculiares como el de “tíos políticos” y hasta “abuelos postizos”.
Cierto es también que entre muchos, son más las diferencias y conflictos; pero en un entorno diverso la obligación sigue siendo el reconocimiento y el respeto a esa diversidad, que entre todos sean solidarios, se protejan y contribuyan al bienestar y la dignidad de sus miembros mediante la reconciliación y el perdón.  
Llevarse bien, como se sugiere con frecuencia, resulta entonces estrategia ideal para sanar discrepancias. Así lo advierte el Papa Francisco: "Para hacer las paces no hace falta llamar a Naciones Unidas, que venga a casa a hacer la paz. Basta un gesto pequeño, una caricia: 'Bueno, adiós, hasta mañana'. Y mañana se comienza de nuevo”.
La convivencia genera experiencias disímiles… ¿la distancia? Supone otras enseñanzas: ¨lo importante de una familia no es vivir juntos, sino estar unidos¨. 
Solo así, en la unidad durante los sucesos cotidianos, sea en una fiesta de aniversario o en un velorio, prevalece ese espacio insustituible donde compartimos sueños, fracasos, preocupaciones, alegrías y tristezas. Un pequeño universo en el cual disfrutamos de un recién nacido, festejamos cumpleaños, extrañamos a quienes están lejos de casa o sufrimos por los que mueren.
En la familia, con sus fortalezas y debilidades, reñimos y amamos para  afianzamos valores en el empeño de construir un futuro mejor.
Y vuelve el magisterio del actual Obispo de Roma a darnos una lección: ¨Tener un lugar a donde ir, se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas se llama Bendición.”

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