En el lenguaje coloquial de
las cubanas y los cubanos son muchas las frases que se relacionan con el
concepto de ¨familia¨. Hablamos de familias de bien o buenas familias,
ensalzamos las cualidades o remarcamos defectos de los progenitores con aquello
de que ¨hijo de majá sale pinto¨, ¨lo que se hereda no se hurta¨ o ¨ de tal palo, tal astilla ¨. Todas expresiones conocidas y fácilmente comprensibles entre
los que nacimos en este archipiélago.
Y
es que las conductas se fraguan en esta célula fundamental, cuya importancia se
reconoce al evaluar comportamientos. Por eso se hace frecuente sacar
conclusiones directamente proporcionales cuando afirmamos que “un muchacho es de muy buena familia” o
evitamos la vergüenza ante situaciones desagradables al constatar que “eso pasa hasta en las mejores familias”.
Como primera escuela de
las relaciones humanas, la familia deviene modelo en la formación de valores. Al
mismo tiempo, refleja y se ve reflejada en las circunstancias sociales, muestra
de que una coherente vida hogareña supone un marco idóneo para desarrollar
hombres y mujeres íntegros como la sociedad necesita.
Ya
desde la antigüedad un escritor griego alertaba: “Quien es bueno en familia
es también buen ciudadano”, pues el contexto en que se desenvuelven los
individuos representa un factor clave en su formación cívica. De ahí que en los
tiempos actuales también se diga con énfasis que ¨la familia no es el problema, sino la solución¨ ante los
conflictos que se generan a nivel social.
A
un amigo le escuché decir que en Cuba solemos ampliar la acepción con el
vocablo familión, en el cual se incluyen parientes cercanos o lejanos, agregando
madrastras, padrastros, hijastros, entenados… y acuñando calificativos
peculiares como el de “tíos políticos” y hasta “abuelos postizos”.
Cierto
es también que entre muchos, son más las diferencias y conflictos; pero en un
entorno diverso la obligación sigue siendo el reconocimiento y el respeto a esa
diversidad, que entre todos sean solidarios, se protejan y contribuyan al
bienestar y la dignidad de sus miembros mediante la reconciliación y el perdón.
Llevarse
bien, como se sugiere con frecuencia, resulta entonces estrategia ideal para sanar
discrepancias. Así lo advierte el Papa Francisco: "Para
hacer las paces no hace falta llamar a Naciones Unidas, que venga a casa a
hacer la paz. Basta un gesto pequeño, una caricia: 'Bueno, adiós, hasta mañana'.
Y mañana se comienza de nuevo”.
La
convivencia genera experiencias disímiles… ¿la distancia? Supone otras
enseñanzas: ¨lo importante de una familia
no es vivir juntos, sino estar unidos¨.
Solo
así, en la unidad durante los sucesos cotidianos, sea en una fiesta de
aniversario o en un velorio, prevalece ese espacio insustituible donde
compartimos sueños, fracasos, preocupaciones, alegrías y tristezas. Un pequeño
universo en el cual disfrutamos de un recién nacido, festejamos cumpleaños,
extrañamos a quienes están lejos de casa o sufrimos por los que mueren.
En
la familia, con sus fortalezas y debilidades, reñimos y amamos para afianzamos valores en el empeño de construir
un futuro mejor.
Y
vuelve el magisterio del actual Obispo de Roma a darnos una lección: ¨Tener un lugar a donde ir, se llama hogar.
Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas se llama
Bendición.”
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