Siempre
que finaliza un calendario pareciera que una cortina imaginaria se
corre dejando atrás problemas, tristezas y desánimos para emprender una
nueva etapa con renovados bríos, muchos deseos de hacer y en el cual
todo promete ser bueno y alegre.
Sin embargo, a medida que
avanzan los días nos percatamos que varias dificultades de la
cotidianidad todavía persisten, que aún tenemos preocupaciones,
inquietudes o deseos de llorar por algo.
No obstante, el espíritu
optimista inherente a los humanos, nos conserva firmes y perseverantes;
tratando de encontrar soluciones prácticas ante los obstáculos que
impone la propia existencia, de limar asperezas, aliviar las penas y
mantenernos esperanzados.
Es así como las celebraciones del fin
de año nos alientan a conquistar la plenitud en el plano familiar,
laboral y social, sin tantas ambiciones, solo avizorando sueños
realizables y metas alcanzables.
Faltan solo algunas horas para
decir adiós al 2012 y recibir el 2013, tiempo de evaluar cuánto hemos
hecho o nos falta por hacer, de nostalgia por las personas que ya no
están y de alegría por los hijos, familiares y amigos que nos abrazan y
besan justo a la medianoche o de aquellos que estando lejos nos
recuerdan y lo hacen saber de cualquier modo.
Con tales empeños
nos aproximamos a la última noche del año en el calendario gregoriano,
víspera de Año Nuevo, que se conoce como la Nochevieja y comprende desde
el 31 de diciembre hasta el 1 de enero.
Esta festividad, aunque
ha ido evolucionando en sus costumbres y supersticiones, era acogida en
la antigüedad con temor; pero en el presente suele caracterizarse por
sus rituales alegres y jocosos que varían en dependencia de cada región.
El
origen de esta fiesta se le atribuye a los romanos, para quienes el mes
de enero estaba dedicado al dios Janus, representado con dos rostros:
uno barbudo y viejo que mira al Oeste y otro joven con la vista al Este,
con lo cual se significaba la despedida al año que se va y el saludo al
que viene.
Para esta fecha en la antigua Roma era usual invitar a comer a los conocidos e intercambiar miel con dátiles e higos para que el período que iniciaba fuese dulce.
Esta vieja práctica penetró poco a poco en Europa,
donde también con la finalidad de que el año entrante fuera dichoso,
comenzaron a ofrecerse lentejas, como signo de prosperidad económica en
el futuro.
La cena de Nochevieja se convirtió en una festividad
de moda a principios del siglo XX. Desde entonces unos viticultores
alicantinos iniciaron este rito para conseguir dar salida al excedente
de la cosecha. Se introdujo entonces el hábito de comer una uva al
compás de las doce campanadas del reloj y al ingerirlas no podía faltar
la petición de un deseo.
En Cuba
es este tiempo propicio para visitarnos, saludarnos y desearnos muchas
cosas buenas, en el cual ya se hace habitual preparar platos
tradicionales de nuestra cocina como el cerdo asado, el congrís, la yuca
o el casabe. Además del brindis, sea con ron, vino o cerveza. Un tiempo
para compartir con los seres que queremos y en el que no es casual que
el vecino desde el patio de su casa nos eche una voz y nos desee paz,
amor y prosperidad.
También resultan comunes los gestos
solidarios con aquellos que no tienen recursos para su fiesta y se unen a
la de los más cercanos. De tal modo se juntan recuentos, deseos,
acciones y proyectos, en una especie de empezar otra vez, con más ganas y
mayor experiencia.
En la celebración de la Nochevieja este 31 de
diciembre volveremos a reafirmar propósitos para descubrir la felicidad
en cualquier detalle de la vida que es, en definitiva, la mayor fortuna
que poseemos.
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