Casi siempre cuando se habla
de Brígida Zaldívar, suele referirse sencillamente que fue la esposa del mayor
General Vicente García González.
Aún ratificando la validez
de tal afirmación surgen inconformidades porque ante una mujer que tanto entregó
es menester sacar a flote más que un nexo matrimonial.
Brígida Zaldívar Cisneros
deviene paradigma para las mujeres cubanas. Por eso prefiero evocarla como lo
que fue: una mambisa, una fémina inquebrantable.
Como aquella que estuvo
encerrada por varios días junto a sus hijos en su propia casa, sin que los
jefes del ejército español le permitieran el paso de alimento alguno.
Como la madre que en
cautiverio vio morir a dos hijos y, no obstante mantuvo su firmeza y serenidad
al no pedirle a su esposo que depusiera las armas.
Golpes tan duros como los de
perder luego a otro de sus descendientes
contribuyeron a forjar carácter y voluntad de quien marchó a la manigua y se incorporó al combate
como enfermera.
Sufrió además una tenaz persecución y por tal motivo tuvo que
emigrar a Nueva York, después a Jamaica y por último a Venezuela. En años de
destierro pasó hambre, padeció quién sabe cuántos contratiempos en compañía de
los hijos que le quedaban y hasta quedó sin visión.
Después de la Protesta de Baraguá,
Vicente García se fue a reunir con ella. Entonces la viudez y el propósito de
regresar a Las Tunas para traer a su
tierra natal los restos mortales de su compañero de toda la vida.
A la edad de 80 años, entre recuerdos,
anhelos y añoranzas Brígida Zaldívar Cisneros dejó de existir físicamente y al
mismo tiempo a renacer para orgullo de muchos tuneros que rinden honor a esta patriota que compartió ideales,
acciones y amores con otro grande de nuestras gestas independentistas. Dos
seres unidos por las más nobles causas libertarias y cada uno artífice de
heroicas hazañas.
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