jueves, 15 de marzo de 2012

Merecido homenaje, Elidín...

Élida es una de esas mujeres que anda por la vida haciendo el bien a los demás, que lucha y sueña con el deseo de que las cosas sean mejores. Ella es de esas personas que interviene o media en una conversación para que otro compañero no sea lastimado ni con palabras ni con acciones. Por eso se ha ganado la admiración y el cariño de muchos, y el mío en especial.

Publicación de Esther de la Cruz en sitio Tiempo21.


Se llama Elida Rojas Amado y no es universitaria, tampoco tiene hijos biológicos y un matrimonio estable de esos que duran toda la vida y solo pasados los 45 años logró cerrar la puerta de una casa definitivamente suya, tan suya que llegó a sentir susto de la alegría y la mostraba a todo el mundo como lo que era, su más lindo tesoro material y tal vez el único porque se la pasa siendo tan de todos que, en ocasiones, el tiempo no le alcanza para ser sí misma y las cosas materiales la sitian como una nube revoltosa que jamás se ocupó demasiado por alcanzar.

La mujer que yo les cuento tiene el exquisito donde no destacar por linda sino por leguleya, jamás la acompaña un decir dulce y sí, por mucho, la pasión del que habla de frente lo que le sale de dentro, sin medias tintas y delante del que sea y todo mientras las palabras le nacen entrecortadas de tan claro que quiere decirlas, los ojos lo brillan intensos, las manos no se quedan quietas y el rostro se le pone rojo tal vez por el calor del que expone lo suyo con argumentos sencillos y ejemplos cercanos.

Y sí que tiene cosas para decir; su trabajo hace que despierte todos los días muy temprano para llegar a las 4:00 de la mañana a la redacción informativa de Radio Victoria y comenzar su hacer entre las computadoras, los boletines y hasta alguna tacita de café que comparte con el colectivo realizador al aire y los periodistas más madrugadores, compañía inigualable en el entorno febril de las redacciones y sus dinámicas cotidianas.

Elida padece sus días difíciles, como cualquier cubano de hoy, asegura que su mejor arma contra el estrés es una taza de buen té de yerbas, especialmente si está compartida con las personas que le son importantes, que no son pocas y apuesta por hacer verdad eso de “los dolores no deben llegar al corazón”, que le escuché decirme hace cerca de un año en uno de los pasillos de la emisora a la que ha dedicado sus mejores sueños y que ha sido cómplice de sus momentos duros y sus alegrías más íntimas.

Es una más y a la vez se vuelve única porque así son las buenas cubanas; ya no puede escribirse la historia de la planta emisora sin que aparezca alguna anécdota de la que forme parte y tampoco la gente se permite demasiado mantenerla apartada de cualquier proyecto y es que las ocurrencias de Elida, el degustar “las pasticas especiales” que inventa para las fiestas y el refunfuño de cuando las cosas andan mal es parte de la vida, mejor de la redacción informativa y ojalá, en cada lugar de Cuba se encuentren personas así, gente que te crecen con la constancia y la entrega que brota, irremediablemente, de sí mismas.

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