María Fernanda y Lianet son dos pequeñitas de apenas ocho años; han crecido prácticamente juntas, quizás por eso entre ellas ha nacido un cariño tan especial, que las lleva al llanto, cuando terminada la extensa jornada de juegos y travesuras, tienen que separarse. Una a la otra se buscan con ese afecto indescriptible de amigas.
Y en perfecta complicidad tan solo pasados unos minutos del encuentro se intercambian las ropas, los juguetes, los chistes y las ocurrencias; se relatan anécdotas de la escuela; cantan, bailan, saltan y llenan sus casas de alboroto con risas imparables.
Ellas son dos entre los miles de niños y niñas cubanos que cada día viven estas sanas historias. Porque aquí es común que los pequeños encuentren amigos en la escuela, en el barrio, en cualquier sitio y los aprieten al pecho para toda la vida, pues tienen esa libertad de corretear por las calles, de ir solos al parque, sin el temor de ser raptados o de que se escape una bala y los separe del mundo.
Jorgito, Leo, Damián, Abdiel, Marquitos y otros niños pueden confirmar estos argumentos. Cada tarde, una vez llegados de la escuela, aún cuando el sol irradia muy fuerte ellos salen con su balón de fútbol a practicar el deporte que tanto los cautiva. Ahora viven esa etapa de futbolistas, pero muy pronto vendrá la de las bolas, el baile del trompo, el juego de pelota o el empinar papalotes. Esa costumbre de cambiar el pasatiempo durante el año se ha asentado con mucha cautela y sin muchas generaciones de muchachos haberla sospechado.
Los niños de mi Cuba aún cuando la mayoría no puede llevar al aula un pepsi o una soda, si llevan con orgullo la merienda que sus padres han conquistado con esfuerzo; saben que es importante cuidar los zapatos o el uniforme para que este reluciente el próximo día; muchos no tienen un Batman, un Spiderman, un carro de control remoto o una muñeca que habla; pero si desde chiquitos dan riendas sueltas a la imaginación y les puedes ver inventando de disímiles objetos el juguete que les permite entrar a esa mundo de fantasía donde tiene boleto su inocencia. Y así nuestros capullos, los retoños más preciados de este país descubren la felicidad y disfrutan el tesoro más valioso que poseen: la libertad.
Mañana estos serán los jóvenes robustos, llenos de ingenio, de talento, de ternura, de fortaleza espiritual; a los que no deslumbran las crisis o las vicisitudes porque han crecido en un país, donde nada se ha conseguido fácil, y así continuarán construyendo este planeta apacible y al mismo tiempo efervescente, donde hoy viven los niños cubanos.
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