jueves, 2 de junio de 2011

El mayor tesoro de nuestras familias

El primero de junio se celebró en Cuba, como en otras partes del mundo, el Día de la Infancia. Por eso quiero compartir con ustedes este comentario de mi colega Darletis Leyva González, con el cual experimenté una intensa emoción porque en esas niñas que describe vi reflejados a mis hijos y a otros que como ellos viven una infancia feliz.

María Fernanda y Lianet son dos pequeñitas de apenas ocho años; han crecido prácticamente juntas, quizás por eso entre ellas ha nacido un cariño tan especial, que las lleva al llanto, cuando terminada la extensa jornada de juegos y travesuras, tienen que separarse. Una a la otra se buscan con ese afecto indescriptible de amigas.

Y en perfecta complicidad tan solo pasados unos minutos del encuentro se intercambian las ropas, los juguetes, los chistes y las ocurrencias; se relatan anécdotas de la escuela; cantan, bailan, saltan y llenan sus casas de alboroto con risas imparables.

Ellas son dos entre los miles de niños y niñas cubanos que cada día viven estas sanas historias. Porque aquí es común que los pequeños encuentren amigos en la escuela, en el barrio, en cualquier sitio y los aprieten al pecho para toda la vida, pues tienen esa libertad de corretear por las calles, de ir solos al parque, sin el temor de ser raptados o de que se escape una bala y los separe del mundo.

Jorgito, Leo, Damián, Abdiel, Marquitos y otros niños pueden confirmar estos argumentos. Cada tarde, una vez llegados de la escuela, aún cuando el sol irradia muy fuerte ellos salen con su balón de fútbol a practicar el deporte que tanto los cautiva. Ahora viven esa etapa de futbolistas, pero muy pronto vendrá la de las bolas, el baile del trompo, el juego de pelota o el empinar papalotes. Esa costumbre de cambiar el pasatiempo durante el año se ha asentado con mucha cautela y sin muchas generaciones de muchachos haberla sospechado.

Los niños de mi Cuba aún cuando la mayoría no puede llevar al aula un pepsi o una soda, si llevan con orgullo la merienda que sus padres han conquistado con esfuerzo; saben que es importante cuidar los zapatos o el uniforme para que este reluciente el próximo día; muchos no tienen un Batman, un Spiderman, un carro de control remoto o una muñeca que habla; pero si desde chiquitos dan riendas sueltas a la imaginación y les puedes ver inventando de disímiles objetos el juguete que les permite entrar a esa mundo de fantasía donde tiene boleto su inocencia. Y así nuestros capullos, los retoños más preciados de este país descubren la felicidad y disfrutan el tesoro más valioso que poseen: la libertad.

Mañana estos serán los jóvenes robustos, llenos de ingenio, de talento, de ternura, de fortaleza espiritual; a los que no deslumbran las crisis o las vicisitudes porque han crecido en un país, donde nada se ha conseguido fácil, y así continuarán construyendo este planeta apacible y al mismo tiempo efervescente, donde hoy viven los niños cubanos.

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