sábado, 29 de agosto de 2015

Este 31 de agosto es el Día Internacional de la obstetricia



Dicen que la hora del parto es una cita a ciegas en la que una madre conoce al gran amor de su vida. Solo que este encuentro no es casual y entre descendientes y progenitoras median muchos testigos, entre ellos, los obstetras, esas personas maravillosas que se encargan del embarazo, el parto y el puerperio (incluyendo la atención del recién nacido), además del cuidado de la salud sexual y reproductiva de la mujer a lo largo de toda su vida.

Como suele suceder muchos de ellos NO recuerdan los rostros de quienes asisten; es lógico si se tiene en cuenta cantidades de pacientes, tensiones propias de esos momentos en los cuales  vida y muerte se debaten, instantes que parecen una eternidad, sea por las alegrías compartidas o los consuelos ante lo inevitable.


Esos hombres y mujeres de batas blancas quedan grabados en el recuerdo de muchas familias, son mediadores de vida y eso se agradece, máxime cuando empeñados  en cumplir su gran misión, se agigantan  ante el cansancio, las preocupaciones y tantos otros problemas, en aras de que todo salga bien.

Cada madre que ve crecer sano al gran amor de su vida se siente en deuda entonces con aquellos, cuyo nombre de profesión siempre resulta complicado: los obstetras, que devienen invitados de honor luego en alguna que otra fiesta de cumpleaños y los que por coincidencia contribuyen a la llegada a este mundo de un hijo, de sus hermanos, primos y quién sabe cuántas generaciones más.

En este día en el cual se les rinde homenaje se agolpan en la mente muchísimas y conmovedoras historias, mientras un nuevo ser ve la luz,  y los obstetras, desde su condición casi anónima, deben sentirse regocijados.

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