El
Papa Francisco ha lanzado este viernes un mensaje contra la desigualdad
a los 35 presidentes y jefes de Estado y Gobierno reunidos en Panamá,
durante el acto inaugural de la VII Cumbre de las Américas. "No es
suficiente con que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de
los ricos", ha señalado el Pontífice, a través de un mensaje que ha
sido leído por el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro
Parolin. El enviado especial de Francisco en esta importante cita
regional ha leído, en un perfecto español, la carta del Papa, quien
advierte de que "hay bienes básicos como la tierra, el trabajo y la
casa, además de servicios públicos como salud, educación, seguridad o
medio ambiente, de los que ningún ser humano debería quedar excluido".
Texto íntegro de la carta:
Al Excelentísimo Señor
Juan Carlos Varela Rodríguez
Presidente de Panamá
Como
anfitrión de la VII Cumbre de las Américas, deseo hacerle llegar mi
saludo cordial y, a través de Usted, a todos los Jefes de Estado y de
Gobierno, así como a las delegaciones participantes. Al mismo tiempo, me
gustaría manifestarles mi cercanía y aliento para que el diálogo
sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y supera
diferencias en el camino hacia el bien común. Pido a Dios que,
compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en
el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y
trasmitan esperanza.
Me
siento en sintonía con el tema elegido para esta Cumbre: "Prosperidad
con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas". Estoy
convencido - y así lo expresé en la Exhortación Apostólica Evangelii
gaudium - de que la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y
de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los
pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el
necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay
que luchar contra los demás (cf. 52, 54). El bienestar así logrado es
injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay
"bienes básicos", como la tierra, el trabajo y la casa, y "servicios
públicos", como la salud, la educación, la seguridad, el medio
ambiente..., de los que ningún ser humano debería quedar excluido.
Este
deseo - que todos compartimos -, desgraciadamente aún está lejos de la
realidad. Todavía hoy siguen habiendo injustas desigualdades, que
ofenden a la dignidad de las personas.
El
gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y la
fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la
indiferencia y, mientras no se logre una distribución equitativa de la
riqueza, no se resolverán los males de nuestra sociedad (cf. Evangelii
gaudium 202).
No
podemos negar que muchos países han experimentado un fuerte desarrollo
económico en los últimos años, pero no es menos cierto que otros siguen
postrados en la pobreza. Además, en las economías emergentes, gran parte
de la población no se ha beneficiado del progreso económico general,
sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre ricos y
pobres. La teoría del "goteo" o "derrame" (cf. Evangelii gaudium 54) se
ha revelado falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las
migajas que caen de la mesa de los ricos. Son necesarias acciones
directas en pro de los más desfavorecidos, cuya atención, como la de los
más pequeños en el seno de una familia, debería ser prioritaria para
los gobernantes. La Iglesia siempre ha defendido la "promoción de las
personas concretas" ("Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y
ofreciéndoles posibilidades de desarrollo.
Me
gustaría también llamar su atención sobre el problema de la
inmigración. La inmensa disparidad de oportunidades entre unos países y
otros hace que muchas personas se vean obligadas a abandonar su tierra y
su familia, convirtiéndose en fácil presa del tráfico de personas y del
trabajo esclavo, sin derechos, ni acceso a la justicia ... En
ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas
personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer valer sus
derechos, obligándoles a situarse entre los que se aprovechan de los
demás o a resignarse a ser víctima de los abusos.
Son
situaciones en las que no basta salvaguardar la ley para defender los
derechos básicos de la persona, en las que la norma, sin piedad y
misericordia, no responde a la justicia.
A
veces, incluso dentro de cada país, se dan diferencias escandalosas y
ofensivas, especialmente en las poblaciones indígenas, en las zonas
rurales o en los suburbios de las grandes ciudades. Sin una auténtica
defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la
intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad.
Señor
Presidente, los esfuerzos por tender puentes, canales de comunicación,
tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La situación
geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la
convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos
Pacifico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a
generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad
y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación.
Con
el deseo de que la Iglesia sea también instrumento de paz y
reconciliación entre los pueblos, reciba mi más atento y cordial saludo.
Vaticano, 10 de abril de 2015
Francisco
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