Las tradiciones tienen muchos encantos y curiosidades. Son, en
definitiva, costumbres que se transmiten de generación en generación y adquieren
un fuerte arraigo popular.
Aunque no es una práctica muy difundida, en Cuba, se
celebra cada 2 de noviembre el Día de
los Fieles Difuntos, cuyo objetivo es recordar a quienes desaparecieron
físicamente.
Fue en el año 998 cuando, en el sur de Francia, un monje benedictino instauró la oración por los difuntos en los monasterios.
De allí se extendió a otras congregaciones hasta ser aceptado este día para la
conmemoración en varias regiones del planeta.
La costumbre de asistir al cementerio a rezar encierra un profundo
sentimiento de religiosidad. Es así como en diversos países se decoran los
sepulcros, se conforman altares con flores
y se prepara la comida favorita del fallecido; además de exhibir fotografías y
otras pertenencias.
Ciertas creencias suponen que en la noche los muertos regresan a sus casas
y comparten los alimentos con los vivientes, una manera diferente de asumir los
matices de un suceso cultural que deviene homenaje.
Antiguamente en los cementerios de todo el archipiélago cubano se
encendían velas, se adornaban las tumbas y se rezaba. La ceremonia consistía en
visitar el camposanto al caer la noche para manifestar gratitud y respeto a los
seres queridos.
Todavía en la actualidad algunos, sobre todo los mayores del hogar,
visitan los lugares donde descansan los restos de personas conocidas, gesto que
para los más jóvenes puede resultar extraño y hasta desconocido.
De cualquier modo, dedicar un día a los fieles difuntos trasciende lo
tradicional para convertirse en un
merecido reconocimiento a familiares y amigos. Hecho que no se concibe con la
misma alegría con que festejamos un Día de las Madres o de los Padres; pero sí lleva implícito la eterna evocación
hacia la gente buena que, de una manera u otra, dejó huellas durante su paso
por la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario