martes, 20 de noviembre de 2012

Por los niños y sus derechos

La noticia pasó ante mis ojos como leída entre líneas. Algo dentro de mí se resistía al detalle; pero pudo más el interés por conocer que el sentimiento de dolor que me provocó de primera instancia.

Por ser de esos temas impactantes y estremecedores tuve que dejar a un lado la nota de prensa y luego de un rato retomar la lectura que tenía como protagonistas a niños fantasmas. Sí, menores de edad que deambulan por las calles de Londres a la vista de todos y a pesar de eso no existen a efectos legales, pues nunca se han registrado oficialmente.

La investigación de una cadena británica se refería a centenares de historias de menores sin nacionalidad alguna. De ahí que un grupo importante de ellos se ha visto obligado a prostituirse para comer y muchos, cuya existencia no consta en ningún lado, no pueden tener acceso a la educación ni pueden recibir ayuda del estado.

Pensé entonces en lo difícil que les resultaría la vida a esos y otros tantos pequeños en el mundo; me preocupó su futuro y por varias horas me siguió dando vueltas en la mente esa imagen que graficaba la información, donde aparecía un niño durmiendo en plena acera, desapercibido ante los transeúntes.



Se trata de una realidad que golpea duro y afecta a muchas naciones, sin importar su nivel económico, cultural o social. El papel que esquivaba mi curiosa mirada lo demostraba, al tiempo que obligaba a fijarme en derredor y dar gracias porque aquí los infantes disfrutan de un escenario bien distinto.

Con un suspiro de alivio; aunque en el fondo triste por aquellos que nada tienen, emprendí una nueva jornada, saturada de habituales ajetreos que implican llevar a mis hijos a su reencuentro feliz de cada día con los compañeros de aula, pendiente de sus actividades extraescolares, sea en una práctica deportiva o un ensayo de cualquier evento artístico.

Y es que en Cuba, con sus carencias y necesidades, cierto es que el respeto y la atención a los derechos de la infancia constituyen una prioridad, por lo que se establecen programas y proyectos destinados a este grupo etario en las áreas de la salud, la cultura, la educación y la seguridad social.

Se reconocen así sus derechos y convierte a los adultos en responsables de ponerlos en práctica. Razón para aplaudir una vez más las iniciativas en defensa de la vida, al desarrollo de su capacidad mental y física, a la protección contra todas aquellas influencias que sean peligrosas para su desarrollo, y a la participación en la vida familiar y social.

Son normas que se establecieron como tal el 20 de noviembre de 1959 y que se reconocen mediante La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en igual fecha de 1989.

Ojalá entonces que en otras regiones no queden como una mera relación de acuerdos y que, de hecho, se cumplan.

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