miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un año feliz para todos


Un nuevo año toca las puertas de nuestras vidas para impulsar sueños y esperanzas, deseos de paz, prosperidad y de felicidad.
Llega el 2010, un calendario en el cual, sin dudas, enfrentaremos distintos retos en el plano personal, familiar y laboral. Mis mayores deseos son que sepamos hacer frente a esos desafíos con optimismo y alegría.
De sabios será dejar atrás rencores, malos entendidos y disgustos. Pensemos mejor en las nuevas amistades que hicimos, tratemos de conservar los viejos amigos que nunca serán amigos viejos, estrechemos aún más las relaciones afectivas con cada uno de nuestros seres queridos. Justo es agradecer, primero por el don de la vida, y luego por cada una de las experiencias que nos ofrece. Lo importante es vivir, aprendiendo a valorar ese gran regalo.

sábado, 26 de diciembre de 2009

El lujo de las cosas sencillas.

Son estos días finales del año motivos para darme el lujo de hacer cosas sencillas. Tan sencillas como salir con mis hijos a tomar un helado, sentarme en el parque para verlos correr y reír a sus anchas, jugar con ellos algún partido de dama china, e incluso, programarnos una tarde de cine en casa.
Fue así como volvimos a disfrutar por enésima vez de una de nuestras películas favoritas: La Era de Hielo… Entonces nos deleitamos con las travesuras del perezoso, el mamut, el tigre diente de sable y el ingenuo niño a quien los animales debían entregar a sus padres.
Una historia linda que siempre nos arranca carcajadas y al mismo tiempo hace reflexionar con frases, para mí estupendas, como la que se refiere a las reglas de una manada… entre todos se ayudan.
Quizás porque esta expresión la vincule a la vida en familia, quise traerla a colación y compartirla, como ejemplo de esas pequeñas cosas que nos alegran e instruyen.
Sin dudas, son actividades sencillas que nos permitimos hacer con más frecuencia ahora que los pequeños están de vacaciones y descansan del agotador ritmo de la escuela y los entrenamientos deportivos. Tiempo además precioso para sentir aún más cerca a mis hijos, momentos nada despreciables porque, como todos sabemos, luego no se pueden recuperar y si se presentan es bueno darse el lujo de aprovecharlos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Heredera de Aracne.

Mi abuela paterna puede considerarse una típica heredera de Aracne, la gran tejedora que alardeó de ser más habilidosa que Minerva, la diosa de la artesanía, y terminó convertida en una araña.
Claro que la mitología griega solo me sirve como referencia exagerada para resaltar el talento de una persona que siempre recibió elogios por los excelentes trabajos manuales que realizaba, con hilos y agujetas, en diferentes modalidades.
Ada Ortega Lalana, mi abuela, con sus 85 años a cuestas todavía se jacta de sus aptitudes, que por desgracia ya ha perdido con el paso del tiempo y por desinterés no supimos cultivar las nuevas generaciones de la familia.
Una tunera que vive en Galicia y es seguidora de este blog me comentó sobre el tema porque la conoció y recuerda sus dotes.
Vinieron a mi memoria entonces los abrigos que me confeccionó a mi, a mi hermana y a otros seres cercanos.
Sus tejidos no se limitaban solo a piezas de vestir, además hacía tapetes para adornar las mesas, sobrecamas y mediecitas para la canastilla de los bebés. (Las que usaron mis hijos fueron una de sus últimas creaciones.)
Recuerdo que alardeaba de su destreza y que podía hacer su obra sin mirar para obtener un resultado que casi rozaba con la perfección.
Hoy mi abuela es una anciana, ya no teje porque su escasa visión y la pericia de sus manos no la acompañan; pero se conforma ahora con vernos lucir un pulóver, resultado de su dedicación y esfuerzo.
Cada vez que nos visita se fija en el detalle de un centro de mesa y si es necesario nos rectifica el derecho y el revés de un tapete que tenemos mal colocado.
Por estos días finales de año en que la temperatura en Cuba desciende un poquito, nuevamente le daremos el gustazo de modelar sus tejidos, muy bien conservados, para que la arañita tejedora ya vieja y cansada tenga otro motivo para estar feliz.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Despedida de un año



El año 2009 está muy próximo a concluir. Son estos días finales del calendario propicios para el recuento y las felicitaciones. Entonces hablamos de logros, sueños, preocupaciones y sobre todo de proyectos para el venidero 2010 que ya toca las puertas.

Felicidad y prosperidad, le deseo a todos en este fin y comienzo de año. Que la paz y la armonía prevalezca siempre en nuestras familias.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Una maestra especial

En Cuba el apelativo Luisa suele ser común; aunque la Luisa de quien referiré en las siguientes líneas es en verdad especial para mí, como lo es también para muchas otras personas que la conocen.
Luisa es una mujer alta, fuerte, alegre y su mirada desborda ternura.
Todavía con esos rasgos en esta Isla puede parecer alguien común y, sin embargo, no lo es. De ello pueden dar testimonio cientos de niñas y niños que ahora o antes pasaron por las aulas del Seminternado Toma de Las Tunas, donde ella trabaja como maestra.
Eso tal vez sea del mismo modo común; pero hay más…
Luisa es de esas educadoras que te saludan con el corazón, que te animan con un buenos días y te hacen sentir cuán especiales son sus alumnos, desde el más tímido hasta el más sobresaliente.
Luisa día a día contribuye a la educación de nuestros hijos y les inculca valores. También los regaña y establece la disciplina, con rigor, y buenas intenciones.
A mi pequeña Amanda la mima con frecuencia y, a pesar de su corta edad, ya le enseñó a recitar el extenso poema martiano Los zapaticos de rosa.
Luisa es una maestra, o mejor dicho, una buena maestra. Característica que la aparta de lo común y la convierte en un ser especial.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Mi primera maestra.

Ondina Verdecie Pérez fue mi primera maestra. Ella me impartió clases de prescolar en un pequeño local de la calle Ramón Ortuño, entre la calle Martí y la Cucalambé, en esta ciudad de Las Tunas.
Carlos Juan Finlay se nombraba esa aulita a la que asistimos muchas niñas y niños allá por los finales de la década de 1970.
Recuerdo ahora el acogedor lugar, muy limpio, bien decorado, con láminas, adornos manuales, rodeado de plantas y a mi maestra…siempre elegante, activa en los juegos, en las clases, ensayando coros, formando una banda rítmica, insistiendo en que mejoráramos los trazos, en que identificáramos los colores y las formas de las figuras geométricas, en fin.
Mi maestra Ondina tenía, tiene, una limitación física. Nació con un problema en una pierna que le dificulta el andar. Pero esa limitación nunca fue un impedimento. Con su ejemplo nos inculcó la puntualidad, el amor a la patria, fomentó valores, la disciplina y el deseo de aprender.
Todas las memorias de mi etapa prescolar y de mi primera maestra son lindas y las guardo no solo en fotos, créanme que aún conservo algunos de mis primeros dibujos, el diploma por el fin del curso escolar y la amistad con varios condiscípulos de los que aparecen en estas imágenes, convertidos hoy en auxiliares pedagógicos, informáticos, médicos, ingenieros, trabajadores de la gastronomía, un policía y obreros que se desempeñan en los más diversos oficios.
Cada uno agradecido, sin dudas, por la gran artífice en el inicio de nuestras vidas, la segunda madre, como decimos acá, la que con el mismo rigor nos educó y estimuló las ganas de aprender para llegar a ser personas íntegras en el futuro.
Esa maestra despertó en mí la aspiración de seguir sus pasos en el ejercicio del magisterio. (Idea que tuvimos la mayoría y era el rol principal de juegos infantiles); sin embargo fue un sueño que abandoné por alguna razón.
Ser maestra exige un sacrificio enorme, con vocación no basta. Se necesita además una alta dosis de amor, de entrega. Para eso hay que nacer, diría la voz popular y por ello quienes ejercen el magisterio merecen respeto.
El pago ya está garantizado de antemano, o si no, qué justifica el recuerdo y agradecimiento de tantos hombres y mujeres hacia sus profesores, principalmente a los primeros, como Ondina, aquellos que nunca olvidamos.

martes, 15 de diciembre de 2009

Cada día una nueva lección

Cuando mis hijos eran más pequeños y me decían que los problemas no eran tantos, que serían mayores según crecieran, NO lo podía creer.
Para mi una noche de desvelo, el que no quisieran comer, un catarro, una caída que provocara solo un punto en la cabeza o una fiebre suponían las peores situaciones a las que me iba a enfrentar en mi misión de madre.
La lógica me indicaba entonces que cuando pasaran esos primeros años de vida ya se desprenderían de las malas rachas y los problemas desaparecerían.
La vida me demuestra a diario mi gran equivocación. Es cierto que los catarros disminuyeron, ya mis hijos duermen toda la noche, comen con buen apetito, lo que es igual a decir que ya no tengo que ingeniármelas para embutirles los alimentos, y hasta el mayor ha superado sus crisis de alergia y asma.
Para sustituir esos “problemas” no faltaron otros dolores de cabezas, por ejemplo, las dificultades en la escuela y los enfrentamientos con otros niños, la desobediencia, el estrés de verlos en una competencia deportiva o recitando en una actividad escolar, el tener que dejarlos asumir solos algunas tareas…
Cada situación es una clase magistral y yo cargando con mi pésimo actuar de madre sobreprotectora.
Pero así es como estoy descubriendo el secreto de ser madre, encontrando respuestas con el paso del tiempo a pesar de dificultades.
Convencida estoy que vendrán problemas mayores, entre ellos las becas, la adolescencia, la universidad, las salidas juveniles, las fiestas… Sé que me esperan noches de insomnio hasta que regresen a casa, sustos, vivir como en carne propia el embarazo de mi hija, ocupar el papel de suegra, en fin. Son cosas a las cuales les temo, sin embargo daría todo en el mundo por experimentarlas.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El tres cumplieron las trillizas.

El pasado tres de diciembre las trillizas de Las Tunas cumplieron ocho años de edad.
Ese día no pudieron festejar como querían porque una de ellas estaba enferma y por consenso general prefirieron postergar el cumpleaños.
Por aquello de que nunca es tarde si la dicha llega, las tres niñas compartieron recientemente una linda tarde junto a familiares y amigos.
Samantha María, Samira Martha y Sahomi de la Caridad jugaron, comieron dulces, recibieron regalos y disfrutaron de lo lindo.
En esta ocasión no faltó el recuerdo para su papá, el doctor Misael González, que no participó de la fiesta porque se encuentra muy lejos de Cuba cumpliendo misión internacionalista en un lugar de África llamado Majalape.
De ahí la propuesta de hacerle llegar, mediante este blog, una reseña de la celebración, idea de la abuela Martha para que “viera con sus propios ojos lo hermosas y grandes que están.”
Para usted, Misael, el beso de sus trillizas y estas imágenes para acercárselas un poquito.


jueves, 10 de diciembre de 2009

Una tradición familiar

Cuando niña tuve la dicha de saborear un exquisito plato que preparaba mi abuelo Renato Tur.
Consistía en un ovejo o carnero enterrado. Así lo nombraba él y como tal se hizo popular entre familiares y amigos que degustaban el sabroso manjar.
Claro que la inventiva no fue de mi abuelo. Tampoco supe cómo ni cuándo inició esta tradición familiar; pero constancia tenemos en fotografías y quienes compartían junto a nosotros pueden dar fe de ello y más de lo bien que se preparaba en su casa de la calle Ramón Ortuño, en esta ciudad de Las Tunas.
Siempre que había un acontecimiento en el hogar, por ejemplo una celebración de fin de año, o se recibía una visita, acomodaba un espacio de su taller de mecánico donde tenía listo una especie de horno bajo la tierra.
Los más jóvenes ayudaban con la pala en mano para profundizar un hueco de un metro, ya previamente definido con ladrillos en los laterales y el fondo.
Mientras, otros picaban en trocitos las carnes del ovejo y mi abuelo lo condimentaba como solo él sabía hacerlo.
Era así como fungía, con dotes de un excelente maestro de cocina, un típico chef.
En una sartén rectangular se acomodaban las porciones de carne, forradas con hojas de plátano. Una vez bien tapada se bajaba con sogas hasta el fondo del hoyo donde se prendía con fuego el carbón. Luego se enterraba y se mantenían las brazas ardiendo bajo tierra por 24 horas.
Transcurrido ese tiempo se sacaba y listo. El ovejo enterrado dejaba ese agradable olor que ahora casi percibo.
Recuerdo que la medida de mi abuelo para determinar su éxito era cogiendo una costilla del animal y si la carne desprendía sola, entonces la orden de “A comer” era inmediata.
Por cierto, no resultaba tan sencillo. Una zozobra sentíamos todos pensando si un día no salían bien las cosas. Imagínense si aquello quedaba crudo. Si la candela no era suficiente para llegar al punto de cocción… en fin. Pero, por lo general, la comida salía a pedir de boca.
Maldades nunca faltaron, como aquella ocasión en que un amigo de él a quien no por gusto, le llamaban Paco El Chivo, haciendo una de sus maldades le llevó la sartén con el ovejo incluido. Este señor, popular en Las Tunas y declarado compadre de mi abuelo, hizo que invitados y familia se quedaran con las ganas. No obstante, disfrutaron la fiesta y la jarana.
Ya mi abuelo murió; pero la tradición familiar se rememora. Mi tío Renatico fue un buen discípulo y aprendió de él el arte de la mecánica y la de chef, al menos en cuanto al ovejo enterrado se refiere.
Ahora que se acercan los días festivos de fin de año la nostalgia me convoca a compartir los recuerdos de esta tradición familiar.