El Día de las Madres resulta buena coyuntura para reflexionar y
agradecer. En Cuba, donde la quinta parte de la población es mayor de 60
años, ser madres y ser hijos puede adquirir connotaciones bien
especiales.
Sucede que hasta cierta edad, las mamás nos ocupamos de todo,
absolutamente todo, lo que concierne a nuestros hijos: desde la ropa que
se ponen, la hora en que van a dormir hasta lo que comen o dejan de
comer.
Si se dan un golpe, no solo corremos a curarlo sino
sentimos el dolor junto con él; si triunfan, aunque sea ganando en el
aula la estrellita de la semana, nos alegramos como si le hubieran
conferido el nobel, y si lo dejan plantado en una esquina, nos
indignamos con la muchacha “que no sabe lo que se perdió” porque primero
él y después Brad Pitt.
Pero eso es solo hasta un día. Una nunca
sabe cuál es el momento exacto en que esa brevísima hebra que la une a
su hijo se fractura, como segundo cordón umbilical que cortaran, y el
muchacho alza vuelo así, sin previo aviso.
Quizás fue a partir de
aquella fiesta, cuando estudiaba en 7mo. grado y te dejó esperando
muerta de angustia en el portal porque le habías dicho que hasta la 1:00
y ya eran las 3:00; o tal vez fue cuando, desde una serenidad que le
creció quién sabe de dónde, te dijo que no, que ese o aquel asunto no
sería como tú quieres sino como él necesitaba que fuera.
Odalys Cimadevilla, periodista de CubaSí y su hijo Robin. Y
te lo dijo desde el amor, pero también desde la entereza con que habla
la gente grande y tú te quedaste sin saber qué decir porque, en el
fondo, lo que estabas era buscando urgente una explicación para entender
cómo el niño se te había vuelto casi un adulto entre las manos.
Porque
sucedió así, de pronto, y una quiere y no quiere que pase; pues
mientras siga siendo “el niño” podremos guiarlo por el camino más corto,
evitarle angustias varias, tropiezos donde nosotros ya nos fuimos
contra el muro, lágrimas por creer importante lo que sabemos que a la
larga no lo es.
Pero más temprano que tarde la crisálida deja de serlo y el hijo abandona nuestro regazo, pareciera que definitivamente.
Anabel, la hija de otra de nuestras periodistas (Alina Mena).Y
ya no habrá reloj que lo detenga ni llamadas telefónicas, ni esperas en
el balcón; empezarán a acumularse nuestras preguntas sin respuesta o
sus contestas solo formales. Si al inicio no le dejábamos usar la laptop
de nuestro trabajo para que jugara, ahora es él quien no nos deja usar
su tableta y se burla de cómo escribimos palabras completas en el SMS
que le enviamos.
A la par que el modo en que usamos las nuevas
tecnologías nos va diferenciando -¿distanciando?- continúan rompiéndose,
uno tras otro, más de esos filamentos que nos enlazaban. Van cambiando
también nuestras formas de hablar y un día le escuchamos decir una
palabra cuyo significado no sabíamos, luego será otra y otra más, porque
sus lecturas son diferentes a las tuyas.
También cambiarán los
temas de conversación, y algunos, que años atrás les eran totalmente
afines a ambos, ahora te quedarán casi vedados como el de las novias
“porque a ti no te conviene ninguna”.
Pero a medida que sin
remedio se van cerrando puertas, otras empiezan a entornarse. Y si antes
eras tú quien le preguntaba a él por si había ido al ortopédico a verse
esa rodilla maltratada por el futbol, ahora es él quien se ocupa de si
compraste las medicinas para la migraña. Así, resguardada de amenazas,
culpas o dolores, quietamente amada, empiezas a adentrarte en lo que
será tu vejez.
No creo que sean pocas las madres cubanas que
hayan sentido algo similar, porque con una población cuya quinta parte
rebasa los 60 años, este país se apunta entre los más envejecidos de
América, a la vez que ostenta uno de los más altos índices de esperanza
de vida.
Nunca sabrás el momento exacto, pero a partir de un
instante preciso comenzarás a volverte algo así como la hija de tu hijo.
Y te descubrirás en su regazo, acunada por sus ahora inmensos brazos,
que hace tanto se te enroscaban al cuello cuando llegabas a buscarlo a
la escuela.