El primero de junio se celebró en Cuba, como en otras partes del mundo, el Día de la Infancia. Por eso quiero compartir con ustedes este comentario de mi colega Darletis Leyva González, con el cual experimenté una intensa emoción porque en esas niñas que describe vi reflejados a mis hijos y a otros que como ellos viven una infancia feliz.
María Fernanda y Lianet son dos pequeñitas de apenas ocho años; han crecido prácticamente juntas, quizás por eso entre ellas ha nacido un cariño tan especial, que las lleva al llanto, cuando terminada la extensa jornada de juegos y travesuras, tienen que separarse. Una a la otra se buscan con ese afecto indescriptible de amigas.
Y en perfecta complicidad tan solo pasados unos minutos del encuentro se intercambian las ropas, los juguetes, los chistes y las ocurrencias; se relatan anécdotas de la escuela; cantan, bailan, saltan y llenan sus casas de alboroto con risas imparables.
Ellas son dos entre los miles de niños y niñas cubanos que cada día viven estas sanas historias. Porque aquí es común que los pequeños encuentren amigos en la escuela, en el barrio, en cualquier sitio y los aprieten al pecho para toda la vida, pues tienen esa libertad de corretear por las calles, de ir solos al parque, sin el temor de ser raptados o de que se escape una bala y los separe del mundo.