miércoles, 28 de septiembre de 2016

Un artículo que me hace reflexionar

¿Por qué el agua se ha convertido en un líquido prohibido?

por  Alina M. Lotti
Cuentan los más viejos —y no lo digo de forma despectiva— que antiguamente junto a la tacita de café no faltaba el agua y si se solicitaba una bebida, aún en la bodega más humilde, te lo ofrecían, igualmente, incluso en un vaso de cristal.

Aún más —agregó un colega que ronda los 70 años— en cualquier lugar, sin la obligación de consumir,  uno pedía un vaso de agua y siempre el deseo era satisfecho.
Sin embargo, esta buena costumbre, que en nuestro país es una  necesidad, se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, y hoy día la gente sale a la calle con el “pomito” o el “pepino” bajo el brazo pues encontrar  (sin costo alguno) este precioso líquido es prácticamente imposible. No hay establecimientos donde uno pueda adquirirlo (incluso consumiendo),  a no ser que se pague el agua embotellada a un precio que no está al alcance de los cubanos de “a pie”.
En este sentido, recuerdo como un acto de buena voluntad la llamada Casa del Agua La Tinaja, en La Habana Vieja, un lugar donde por un precio muy módico se podía beber agua.
“Cada vez que camino por la calle Obispo me detengo en la Casa del Agua La Tinaja, y me tomo un refrescante vaso de agua filtrado por tradicionales métodos que aún funcionan y son el atractivo de turistas y habitantes del lugar. Lo recomiendo por ser tan pintoresco y singular”, escribía en la red de redes un internauta en julio pasado.
No obstante, en la propia Habana Vieja he encontrado carteles en casas particulares anunciando la venta de agua y de hielo; otra harina de este costal como dice el refrán.
No es menos cierto que el abastecimiento de agua potable ha sido un tema delicado en los últimos años, y a las carencias del líquido se suman también roturas de equipos, salideros, y otras cuestiones que inciden en su normal suministro.
Pero al margen de esto, ¿habrán perdido los cubanos ese espíritu solidario de brindar agua para beber sin costo alguno? “El agua no se le niega a nadie”, era un refrán que años atrás era repetido con frecuencia y que en la actualidad ha perdido vigencia por múltiples factores.
Lo objetivo es que escasea, lo subjetivo es que a veces hay y se niega. Evidentemente, ha habido un gran retroceso, que pasa inexorablemente por una baja, mala o inexistente calidad en los servicios. A esto se le agrega la mentalidad de muchos que consideran como una molestia brindar “auxilio” a un ser humano sediento.
Esto hay que revertirlo. El país está concentrado en la tarea de revitalizar la economía y lograr eficiencia en todos los sectores. El turismo se afianza, pero la imagen de un mal servicio hace mucho daño.
Urge rescatar la hospitalidad que durante años nos ha caracterizado. El agua es un líquido preciado, incluso de gran importancia para la salud, por lo que calmar la sed no puede convertirse en un acto mercantil, en un negocio particular.
Adquirir dinero fácil no puede suplantar, de ningún modo, valores tan intrínsecos a los cubanos como el compartir lo que se tiene, aunque sea un vasito de agua.
Calor, mucho calor hace en Cuba. Por lo que saciar la sed es una necesidad humana que no puede, ni debe, mercantilizarse por unos pocos

La gente del barrio



Definir el concepto de barrio pudiera ser tarea difícil en cualquier latitud. Quizás allende los mares se hable de condominios o repartos residenciales. No obstante para las cubanas y cubanos nada tiene de complicado caracterizar el lugar donde, simplemente, compartimos con personas sencillas y bien dispuestas para tender una mano.
Se sabe de los pro y los contra de la convivencia. Si bien son loables los rasgos de solidaridad y cooperación  que caracterizan a este pueblo; se hace también un llamado al respeto y la consideración hacia el próximo.
Son estas particularidades las que convierten al vecindario en una prolongación del hogar y hace crecer el cariño a pesar de algunos conflictos y sinsabores.
Y es que el barrio es una suerte de casa común, en la cual muchos desarrollan gran parte de su vida, desde la infancia y la escuela hasta que son adultos; luego comienzan a trabajar, forman sus familias y dan curso a un nuevo ciclo. Igual vemos partir a algunos en busca de sus propios sueños, otros se mudan, se van… pero dejan muy bien plantadas sus raíces porque casi siempre regresan, saludan desde la distancia o comparten por cualquier vía nostálgicos recuerdos.
En el barrio también encontramos a esos personajes pintorescos, criticados y queridos: los que llegan a la hora más inoportuna sin avisar, las chismosas, los pedigüeños, los huraños y confianzudos, los entusiastas y los apáticos, los buenos y los no tanto…

sábado, 24 de septiembre de 2016

En las familias de bien nacen los buenos ciudadanos



En el lenguaje coloquial de las cubanas y los cubanos son muchas las frases que se relacionan con el concepto de ¨familia¨. Hablamos de familias de bien o buenas familias, ensalzamos las cualidades o remarcamos defectos de los progenitores con aquello de que ¨hijo de majá sale pinto¨, ¨lo que se hereda no se hurta¨ o ¨ de tal palo, tal astilla ¨.  Todas expresiones  conocidas y fácilmente comprensibles entre los que nacimos en este archipiélago.
Y es que las conductas se fraguan en esta célula fundamental, cuya importancia se reconoce al evaluar comportamientos. Por eso se hace frecuente sacar conclusiones directamente proporcionales cuando afirmamos que “un muchacho es de muy buena familia” o evitamos la vergüenza ante situaciones desagradables al constatar que “eso pasa hasta en las mejores familias”.
Como primera escuela de las relaciones humanas, la familia deviene modelo en la formación de valores. Al mismo tiempo, refleja y se ve reflejada en las circunstancias sociales, muestra de que una coherente vida hogareña supone un marco idóneo para desarrollar hombres y mujeres íntegros como la sociedad necesita.